domingo, 14 de enero de 2007

Advertencia


En agosto del año 2,000, a manera de primera edición y con motivo del Primer Centenario de la Fundación de San Vicente de Azpitia, apareció de manera extraordinaria este libro. Fueron trescientos ejemplares lujosamente empastados, con más de cincuenta fotografías a colores, de los cuales el 95% fue enviado al extranjero. Modestamente, creo que la historia de Azpitia dio la vuelta al mundo, al menos así lo confirman los pedidos que fueron hechos en dirección a los cinco continentes. Esta acogida tan benévola jamas hubiera ocurrido de no ser por los gringos que nos visitaron por intermedio del Instituto de Asuntos Culturales entre 1,978 y 1,982, los cuales sintieron curiosidad al enterarse de la publicación de esta obra. Los últimos ejemplares se enviaron a Egipto, Servia y Australia.
La ventaja de esta edición ya agotada, es que contaba con las fotocopias de los documentos existentes desde los orígenes de la irrigación de Azpitia. Cosa que no fue nada fácil de lograr, pero constituyen pruebas que dan mayor valor al texto por tratarse de documentos auténticos y valederos.
Sé que este libro, al ser una obra sólo de historia local, no puede tener gran importancia en el ámbito nacional, tampoco aspiro a eso; pero creo que mi relato sí podría servir de mucho a mis compoblanos y también a los foráneos, porque nos ayudaría a querer más al terruño donde vivimos, cualquiera sea ese lugar. Además, todos estamos de alguna manera escribiendo la historia de nuestra vida. Queremos saber hacia donde vamos y estar seguros de que cuando llegue el final, no sea del todo insignificante. La mayoría de seres humanos buscamos lograr algo, anhelamos cumplir nuestros sueños, adquirir cosas, no necesariamente material sino también espiritual. Mejor dicho llegar al final sin haber perdido el tiempo. Es mejor terminar sin cumplir nuestros objetivos que pasar la vida sin objetivos por cumplirse.
Nada es hecho en vano y este libro creo está dentro de esas circunstancias. Aunque no fuese considerada una buena obra, también progresa hacia un fin, un destino. Si bien es cierto que nadie es indispensable en una comunidad, también es cierto que todos somos necesarios a la tierra en que habitamos y todos tenemos una misión que cumplir. Ese es el camino que nos ha trazado la Providencia.
No solamente los grandes escritores hacen obras importantes. Ni tampoco sólo los pobres cometemos errores. En la última década hemos comprobado que en nuestra patria, la clase alta gobernante estaba profundamente corrompida. Es el egoísmo, el afán de poder y el amor al dinero el que lo ha llevado a cometer todos esos hechos de inmoralidad. La mayoría de esos delincuentes que saquearon el estado y abusaron del poder pertenecen a la clase dirigente alta. Esto no es cosa nueva ya que muchos autores han llegado a esa conclusión desde hace mucho tiempo.
Es cierto también que la inmoralidad ocurre en todas las razas y clases sociales. Los fundadores de Azpitia lucharon en ese enfrentamiento entre pobres y ricos. Por un lado los gamonales simuladamente tratando de evitar la construcción del canal con la idea de que el trabajo y la explotación en las haciendas eran patrimonio de los pobres y por el otro los humildes campesinos disidentes buscando una tierra en propiedad.
El Perú de los incas fue en América el país más civilizado y avanzado en la agricultura. Con la llegada de los europeos, la raza indígena y descendiente de emperadores fue sometida y obligada a trabajar en esclavitud en sus propias tierras arrebatadas.
Finalmente creo menester recordar las hermosas palabras del Presidente Fernando Belaúnde Terry, amigo de los azpitianos, pronunciadas en Chincheros en 1,956 y que reflejan la vida y el sentir de todos los villorrios del Perú, entre ellos Azpitia:
"Cada vez que observo, desde alguna altura, un villorrio peruano, hago la misma pregunta y obtengo la misma enaltecedora respuesta.
Al mirar la humilde aldea con su pintoresco campanario, interrogo a mi guía: ¿Quién hizo la iglesia? Y el guía me dice: "el pueblo lo hizo".
Requiriéndole otra vez, pregunto: ¿Quién edificó la escuela? Y de nuevo contesta: "el pueblo lo hizo"
Y al seguir la ruta serpenteante entre los cerros, interrogo una vez más: ¿Quién abrió el camino? Y, nuevamente, resonando ya en mis oídos como la estrofa de una marcha triunfal, oigo en esta frase expresiva y elocuente toda la historia del Perú de ayer y de hoy y la profecía del mañana: "el pueblo lo hizo"
El pueblo hizo el camino, el templo y las escuelas.
El pueblo elevó la andenería y contuvo el torrente.
Producido el sismo recogió los escombros para restituirlos a la arquitectura.
Y cuando fue requerido, el pueblo dio al soldado; más sin una queja soportó el olvido.
Lo despojaron del derecho milenario de escoger a sus hombres.
Lo humillaron imponiéndoles a sus propios regidores.
Se llevaron sus rentas, le quitaron sus bienes. Pero no pudieron arrebatarle sus tradiciones.
Y el pueblo siguió construyendo caminos, escuelas y templos.
Es que, por fortuna, los pequeños pueblos del Perú son pueblos olvidados que no han olvidado su historia".

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