martes, 30 de enero de 2007

Tiempos Remotos


Es evidente que en tiempos muy lejanos el valle de Mala fue plano, a ras con las pampas de Azpitia, formándose la quebrada por la erosión de las aguas del río y por las evoluciones geológicas de la tierra.
No existen datos exactos sobre la aparición de la agricultura en el valle de Mala, sin embargo de acuerdo a las investigaciones hechas por el francés Federico Engel, éste señala que la agricultura tuvo su origen en la parte alta de los valles cuando el clima era diferente, en las inmediaciones de Chilca y lomas aledañas como las de Lapa Lapa y Azpitia. Se trata de una aldea de horticultores seminómadas, siendo sus principales cultivos: cayotas, camotes y pallares; vivieron además de la pesca mayormente en Puerto Viejo. Estos incipientes agricultores poblaron estos lugares 4,000 años antes de Cristo.
Posteriormente el hombre de Lapa Lapa se trasladó a la cuenca de Mala y aprovechó las tierras regadas por el río.
En los barrancos que existen en la margen derecha del río Mala frente a Azpitia, entre el canal de Callaya y el río, en forma paralela existen vestigios de un supuesto canal muy antiguo, porque al observar el acantilado desde la parte izquierda del río, se aprecia la existencia de arbustos que crecen en forma alineada por los abismos. Pareciera que por allí hubiera corrido un acueducto que sirvió para irrigar las tierras de Flores o San Antonio. Nada se conoce acerca de esta curiosa existencia.
Al momento de la conquista española, el señorío de Mala, incluyendo Azpitia, dependía de Chuquimancu, Señor de los Cuatro Valles, con residencia habitual en Huarcu, valle de Cañete. El origen de Chuquimancu es discutible, algunos historiadores dicen que nació en Mala, otros en Huarcu.
Cuando se produce la llegada de los españoles, Mala tenía como cacique o reyezuelo a Lincolo, el valle de Asia estaba bajo el dominio de Ocxa, Coayllo y Calango al cacique Coayllo y Huarco a Guaraya y Pichuy. Todos dependían del Cuzco.
Los restos de complejos arquitectónicos en todo el territorio cañetano, nos demuestran que hubo presencia de conglomerados humanos importantes y con sobresaliente desarrollo.
Para ampliar este comentario hecho a grosso modo, recordemos lo que dice el Inca Gracilazo en el capítulo XXIX del 6º libro de los Comentarios Reales:

“Diciendo de la conquista de los yuncas, es de saber que el valle de Runahuánac y otros tres que están al norte de él, llamados Huarcu, Malla, Chilca, eran todos cuatro de un señor llamado Chuquimancu, el cual se trataba como Rey y presumía que todos los de su comarca le temiesen y le reconociesen ventaja aunque no fuesen sus vasallos. El cual sabiendo que los incas iban a su reino, que así le llamaremos por la presunción de su curaca, juntó la más gente que pudo y salió a defenderles el paso del río. Hubo algunos encuentros, en que murieron muchos de ambas partes, mas al fin los incas, por ir apercibidos de muchas balsas chicas y grandes, ganaron el paso del río, en el cual los yuncas no hicieron toda la defensa que pudieron, porque el Rey Chuquimancu pretendía hacer la guerra en el valle Huarcu, por parecerle que era el sitio más fuerte y porque no sabía del arte militar lo que le convenía; por ende, no hizo la resistencia que pudo hacer en Runahuánac, en lo cual se engañó, como adelante veremos. Los incas alojaron su ejército, y en menos de un mes ganaron todo aquel hermoso valle, por el mal consejo de Chuquimancu”
“Los naturales de aquellas cuatro provincias se jactan también como los de Chincha, que los incas con todo su poder no pudieron sujetarlo en más de cuatro años de guerra, y que fundaron una ciudad y que los vencieron con dádivas y promesas y no con las armas, y lo dicen por los tres o cuatro ejércitos que remudaron, por domarlos con el hambre y hastío de la guerra, y no con el hierro” (sic)

Aquí nos detendremos un poquito para intentar una breve referencia acerca de los recónditos misterios de nuestros antepasados. ¿Cómo lograron los incas construir enormes y pesados edificios sin contar con herramientas de hierro, vehículos con ruedas ni animales de tiro? Sólo conocían mazos de piedra, palancas de madera, cinceles de bronce y sogas fabricadas con hojas de caña brava. ¿Usarían también en sus construcciones, herramientas de oro y plata?
Las obras de ingeniería incaica abundan en nuestro territorio y por eso no le tomamos gran importancia o es que no le damos el valor que ellas encierran. Allí está Sacsayhuamán construida con grandes peñas talladas, de más de 300 toneladas cada una, una sobre otras. Machupicchu es otro ejemplo.
Al norte de Lima, en el valle de Supe, existen los restos de la ciudad de Caral, la más antigua de América.
En la costa norte del Perú, en el valle de Moche, los peruanos construyeron hacia el año 300 de nuestra era, la estructura más descomunal que el hombre haya hecho: una pirámide de 160 metros de ancho por 300 metros de longitud, con más de 140`000,000 de ladrillos de arcilla. Su altura de más de 30 metros daría un espectáculo deslumbrante en su época de gloria. Los estudiosos se vienen asombrando con lo que vienen encontrando en las excavaciones de las huacas del sol y de la Luna
Y qué decir de las numerosas pirámides de Túcume y la tumba del señor de Sipán.
Por el año mil, después de Cristo, surgió el reino de Chimú, también en el norte peruano, cuya capital Chan Chan asentada en un área de 2,100 hectáreas sería una de las ciudades más grandes y ricas del mundo en aquella época
Por increíble que parezca, los antiguos peruanos desarrollaron sus grandes culturas sin tener lengua escrita ni monedas. Comerciaban exclusivamente mediante el cambio o trueque.
Entre los descubrimientos arqueológicos más desconcertantes de la humanidad están los gigantescos trazados geométricos y las figuras de aves, bestias e insectos que existen en Nazca. La mayoría fueron “dibujados” según María Reich, hace 1,400 años.
Los incas crearon una asombrosa estructura social, probablemente uno de los estados de bienestar social más reglamentados y obsesionados con el trabajo que el mundo haya conocido. Todos los hombres aptos servían en el ejército y trabajaban en la construcción de caminos públicos. Nadie carecía de alimentos, ropa o techo. Las cosechas se repartían entre la iglesia, el estado y la colectividad, y siempre había grandes reservas de alimentos almacenados para proveer al ejército y para casos de emergencias. En casos de terremotos, huaycos u otras calamidades, las peticiones de víveres llegaban a torrentes de otras provincias del imperio. Los cronistas españoles dicen que cuando éstos llegaron, encontraron almacenados en los tambos de la sierra grandes cantidades de alimentos, muchos de ellos llevados desde la costa, tales como corvinas, lenguados y camarones secos.
Pero el pueblo no era del todo libre, se le indicaba dónde vivir, qué sembrar, cómo vestir y con quien casarse. Mentir, no trabajar y robar se castigaban con la pena capital.
El que 170 aventureros peninsulares hayan podido vencer en 1,532 a este imperio tan admirablemente organizado es increíble, pero en gran parte se debió a una coincidencia porque cuando Pizarro y sus hombres llegaron, finalizaba una desastrosa guerra civil de cinco años, motivada por la sucesión al trono de los incas, encontrándose el ejército imperial diezmado y con un gobierno desarticulado. Divididos en facciones disidentes, algunos incas se aliaron a los invasores.
Cuando Atahualpa llegó al campamento español situado en Cajamarca, Pizarro lo tomó preso y miles de sus hombres fueron asesinados. Por fin al darse cuenta de la ambición de los invasores que sólo buscaban los metales preciosos, como todos sabemos, Atahualpa prometió llenar con oro hasta la altura que alcanzaba su mano, no del cuarto que se nos ha dicho de niño, sino de un gran salón donde se encontraba, y dos veces con plata para que lo dejen en libertad. Aunque nuestro último gobernante inca sí cumplió con su parte del convenio, los españoles lo traicionaron y lo mataron.
Con la llegada de los españoles, el imperio se desintegró. Fue aquella una irreparable pérdida cultural para el mundo entero y una tragedia de la que el Perú aún no se recupera.

Origen del nombre de Azpitia



El orígen del nombre de AZPITIA, en el Perú, viene de la deformación del nombre de una ciudad española llamada AZPEITIA. Durante la conquista del Imperio de los Incas un soldado vasco tomó posesión de estas tierras que actualmente se denominan Azpitia, el mismo que fue natural de la localidad de Azpeitia, cuna de San Ignacio de Loyola, en la provincia de Guipúzcoa, en el Pais Vasco, situada en la parte norte de España, confina con las de Navarra, Álava y Vizcaya, con el mar Cantábrico y con Francia.

El personaje que dio nombre a Azpitia fue el capitán don Nicolás Sáez de Elola, quien llegó al Perú con las huestes de Francisco Pizarro, habiéndo participado en la captura del Inca Atahualpa, en Cajamarca y aparece en el Acta del Reparto del botín del cuarto del rescate, de fecha 18 de junio de 1533 con el nombre de Nicolás de Azpeitia, correspondiendole por ser de caballería la suma de 8,880 pesos de oro y 3,393 marcos de plata. Posteriormente es probable que se trasladara al Cuzco con Pizarro donde los españoles obtuvieron un botín que sin duda fue más crecido que el de Cajamarca. Como era seguidor de Pizarro, suponemos que también estuvo en la fundación de Lima el 18 de enero de 1535, más tarde viajó al valle de Mala y se apoderó de las pampas de Azpitia, que por aquél tiempo se cubría de pastos naturales en las epocas de invierno, siendo esta una comarca muy aparente para la ganadería, ya que Pedro de Alconchel había sido nombrado por Pizarro como encomendero de los valles de Chilca y Mala y a Pedro Navarro en las zonas de Calango y Coayllo. Cuando los españoles llegaron a Mala, este valle estaba a cargo del cacique Lincolo.

Surgida la rivalidad entre Pizarro y Almagro por la posesión del Cuzco, ambos conquistadores se reunieron en Mala a mediados de 1537, sin arribar a ninguna conciliación. Es probable que a partir de esos sucesos don Nicolás Sáez de Elola abandone las tierras de Azpitia y decide volver a España con gran riqueza, llegando precisamente a su villa natal de Azpeitia hacia finales de 1541, donde fue bien recibido, fundando y construyendo después una capilla en la parroquia y otras obras pías de importancia. Es decir, el soldado que dio origen al nombre de Azpitia no fue un derrochador ni malgastó su fortuna, pues hizo muchas obras de bien común. No se puede negar por tanto la generosidad para con su villa natal.

Segun informaciones proporcionadas por nuestro diligente amigo el historiador vasco don IMANOL ELIAS, natural de Azpeitia, nuestro ilustre personaje don Nicolas Saez de Elola, o sencillamente Nicolas de Azpeitia, fue hijo de don Juan Sánchez de Elola y tuvo como esposa a doña Ana Vélez de Alzaga y Vicuña, hija de una de las familias más importantes de Azpeitia. Tuvo una hija de nombre Francisca que entró en el monasterio de Franciscanas de Azpeitia.

La historia de Nicolás Sáez de Elola se hace latente al saber que en el año 2007 durante una retauración en su villa de origen donde existe una estatua yacente de Elola, existía una lápida con esta inscripción: "Panteón de Nicolás Sáez de Elola, intrépido Capitán y conquistador del Perú, fervoroso cristiano, fundador de esta capilla, erigida en 1555 y restaurada en 1898".

Entre las pruebas que la actual San Vicente de Azpitia, en el Perú, se denominaba Azpeitia, tenemos el documento que dirige don Manuel Vivanco al Supremo Gobierno Peruano, con fecha 02 de agosto de 1852, donde dice textualmente ser: "Dueño y propietario de las tierras de Azpeitia en el valle de Mala..."

En los mapas del Perú impresos en 1910, que se usaban en las escuelas fiscales se nombraba a estas tierras como Pampas de Azpeitia. Alcancé a ver uno de esos mapas en el Centro Escolar de Varones Nº 469, de Santa Cruz de Flores, en 1954.

Anteriormente se suponía que el personaje que dio origen al nombre de Azpitia se había afincado en otro lugar del Perú, pero después de un minucioso seguimiento de investigación las dudas se han despejado totalmente.

sábado, 27 de enero de 2007

Frutas de Azpitia.


A pesar de las profundas transformaciones que vienen ocurriendo después del año 2,000, en la irrigación de San Vicente de Azpitia, con la instalación de casi un centenar de nuevos vecinos, ésta no pierde su esencia de campiña ni de pueblo de labriegos donde se siguen produciendo millones de kilogramos de manzanas, melocotones, uvas y peras, lo más emblematico de esta agricultura de polendas. Si uno recorre a pie por sus interiores, podrá comprobar las bondades y aun lo rico y variado de la planicie: olivos, lúcumas, pacaes, ciruelas, membrillos, plátanos; también algodón, camotes, maíz, yucas, todo sigue reluciendo en estas tierras.


En Azpitia, asimismo, se produce un excelente vino y el mejor pisco de uva quebranta mollar en la región. Cuando venga a esta parte del Perú, comprobará además la rica comida a base de camarones y pescados, junto a los platos tradicionales del lugar.

domingo, 14 de enero de 2007

Advertencia


En agosto del año 2,000, a manera de primera edición y con motivo del Primer Centenario de la Fundación de San Vicente de Azpitia, apareció de manera extraordinaria este libro. Fueron trescientos ejemplares lujosamente empastados, con más de cincuenta fotografías a colores, de los cuales el 95% fue enviado al extranjero. Modestamente, creo que la historia de Azpitia dio la vuelta al mundo, al menos así lo confirman los pedidos que fueron hechos en dirección a los cinco continentes. Esta acogida tan benévola jamas hubiera ocurrido de no ser por los gringos que nos visitaron por intermedio del Instituto de Asuntos Culturales entre 1,978 y 1,982, los cuales sintieron curiosidad al enterarse de la publicación de esta obra. Los últimos ejemplares se enviaron a Egipto, Servia y Australia.
La ventaja de esta edición ya agotada, es que contaba con las fotocopias de los documentos existentes desde los orígenes de la irrigación de Azpitia. Cosa que no fue nada fácil de lograr, pero constituyen pruebas que dan mayor valor al texto por tratarse de documentos auténticos y valederos.
Sé que este libro, al ser una obra sólo de historia local, no puede tener gran importancia en el ámbito nacional, tampoco aspiro a eso; pero creo que mi relato sí podría servir de mucho a mis compoblanos y también a los foráneos, porque nos ayudaría a querer más al terruño donde vivimos, cualquiera sea ese lugar. Además, todos estamos de alguna manera escribiendo la historia de nuestra vida. Queremos saber hacia donde vamos y estar seguros de que cuando llegue el final, no sea del todo insignificante. La mayoría de seres humanos buscamos lograr algo, anhelamos cumplir nuestros sueños, adquirir cosas, no necesariamente material sino también espiritual. Mejor dicho llegar al final sin haber perdido el tiempo. Es mejor terminar sin cumplir nuestros objetivos que pasar la vida sin objetivos por cumplirse.
Nada es hecho en vano y este libro creo está dentro de esas circunstancias. Aunque no fuese considerada una buena obra, también progresa hacia un fin, un destino. Si bien es cierto que nadie es indispensable en una comunidad, también es cierto que todos somos necesarios a la tierra en que habitamos y todos tenemos una misión que cumplir. Ese es el camino que nos ha trazado la Providencia.
No solamente los grandes escritores hacen obras importantes. Ni tampoco sólo los pobres cometemos errores. En la última década hemos comprobado que en nuestra patria, la clase alta gobernante estaba profundamente corrompida. Es el egoísmo, el afán de poder y el amor al dinero el que lo ha llevado a cometer todos esos hechos de inmoralidad. La mayoría de esos delincuentes que saquearon el estado y abusaron del poder pertenecen a la clase dirigente alta. Esto no es cosa nueva ya que muchos autores han llegado a esa conclusión desde hace mucho tiempo.
Es cierto también que la inmoralidad ocurre en todas las razas y clases sociales. Los fundadores de Azpitia lucharon en ese enfrentamiento entre pobres y ricos. Por un lado los gamonales simuladamente tratando de evitar la construcción del canal con la idea de que el trabajo y la explotación en las haciendas eran patrimonio de los pobres y por el otro los humildes campesinos disidentes buscando una tierra en propiedad.
El Perú de los incas fue en América el país más civilizado y avanzado en la agricultura. Con la llegada de los europeos, la raza indígena y descendiente de emperadores fue sometida y obligada a trabajar en esclavitud en sus propias tierras arrebatadas.
Finalmente creo menester recordar las hermosas palabras del Presidente Fernando Belaúnde Terry, amigo de los azpitianos, pronunciadas en Chincheros en 1,956 y que reflejan la vida y el sentir de todos los villorrios del Perú, entre ellos Azpitia:
"Cada vez que observo, desde alguna altura, un villorrio peruano, hago la misma pregunta y obtengo la misma enaltecedora respuesta.
Al mirar la humilde aldea con su pintoresco campanario, interrogo a mi guía: ¿Quién hizo la iglesia? Y el guía me dice: "el pueblo lo hizo".
Requiriéndole otra vez, pregunto: ¿Quién edificó la escuela? Y de nuevo contesta: "el pueblo lo hizo"
Y al seguir la ruta serpenteante entre los cerros, interrogo una vez más: ¿Quién abrió el camino? Y, nuevamente, resonando ya en mis oídos como la estrofa de una marcha triunfal, oigo en esta frase expresiva y elocuente toda la historia del Perú de ayer y de hoy y la profecía del mañana: "el pueblo lo hizo"
El pueblo hizo el camino, el templo y las escuelas.
El pueblo elevó la andenería y contuvo el torrente.
Producido el sismo recogió los escombros para restituirlos a la arquitectura.
Y cuando fue requerido, el pueblo dio al soldado; más sin una queja soportó el olvido.
Lo despojaron del derecho milenario de escoger a sus hombres.
Lo humillaron imponiéndoles a sus propios regidores.
Se llevaron sus rentas, le quitaron sus bienes. Pero no pudieron arrebatarle sus tradiciones.
Y el pueblo siguió construyendo caminos, escuelas y templos.
Es que, por fortuna, los pequeños pueblos del Perú son pueblos olvidados que no han olvidado su historia".

martes, 9 de enero de 2007

Azpitia: Cien años de historia


LOS PRECEDENTES

Quizás desentrañando la historia de esta pequeña comunidad agrícola, nos podamos formar un juicio acerca de los protagonistas y desde su fundación, que todavía está tan cerca de nosotros pero que ya tiene la perspectiva del tiempo para entrar en el Perú de ayer. El pasado de cada rincón de la patria constituye la historia de toda nuestra nación.
En 1900, los fundadores de Azpitia llegaron a estos parajes, se detuvieron al borde del barranco y contemplaron al fondo los inmensos repartos coloniales regados por las aguas del río Mala, pero más al fondo aún, la majestuosidad del océano Pacífico.
La pampa de Azpitia está allí en la altura, pero a sus pies: seca, árida y sin vida. Los gamonales la despreciaban porque era una comarca hostil, con sus arbustos espinosos y sus caliches cortantes; la tierra salitrosa, sedienta, caliente por el sol, inhóspita y sin sombra.
En aquel tiempo, el grueso del campesinado siempre fue visto por las opulentas oligarquías como una masa inferior compuesto por cholos iletrados desprovistos de todo y repletos de sí mismos, que balbucean un rudimentario castellano y que gastan en aguardiente y en pretexto por las fiestas patronales del pueblo la mayor parte de la bolsa familiar, compuesta de muchos hijos mal vestidos y peor alimentados.
Sin duda esto fue cierto en muchas regiones del Perú porque el sistema imperante obligaba a la mayoría a vivir en esa situación. Para el campesino costeño de hoy, esos principios son obsoletos y sin vigencia.
Las tierras productivas del valle de Mala, como la mayoría del Perú, estaban en manos de los potentados, constituyéndose éstos en los amos y disponían a su antojo toda la riqueza que la tierra producía. En los pueblecitos o rancherías vivía el ejército de peones que no conocían los límites de la jornada laboral, menos los beneficios de seguridad, higiene y asistencia social.
El hacendado y su familia, por lo común viven en Lima o en algún país de ultramar y no toman más que cortas vacaciones en este rincón que desdeñan, sin reconocer que de allí sacan enormes ganancias que le permiten darse la gran vida. En el latifundio tienen una gran casa con todas sus comodidades. Los viajeros que atraviesan los paisajes de estos valles ven en el lugar estratégico la casa del hacendado con sus amplios apartamentos generalmente desocupados. Cerca se ven las aglomeraciones de cuartos de maestranzas y almacenes en torno a un amplio corral lleno de ruidos de los hombres y ganado que lo pueblan. Después siguen los talleres, la carpintería, los cobertizos, las bodegas y las trojes. Más lejos las caballerizas y los establos. Allí se ven a los perros huraños y rollizos comiendo en vasijas con abundante comida y cuidando los caballos finos del patrón.
Cuando el amo está en la hacienda, el mayoral o administrador le rinde cuentas de las ganancias y los gastos: “un peón murió, debía 30 soles, por eso apunté su cuenta en la de sus hijos. Tal otro quería paja para su choza, le he dado basura de los corrales, al fin, es para ellos. Por otro lado, los vinos de Francia acaban de llegar, los desembarcamos de contrabando...”
A lo lejos se veía la mansión del amo muy iluminada y saliendo por sus chimeneas un sabroso humo.
La oficina del administrador está abierta todos los días y recibe informes de los caporales, los cuales son los supervisores en el campo. El caporal permanece todo el día a caballo vigilando con ojo atento su tropa de peones. Nadie puede abandonar su faena. El peón tiene un salario que jamás alcanza para pagar sus pobres necesidades. Si el peón rompe una herramienta debe pagarle. Y si la necesidad le obliga a comprar algún producto de la hacienda, por ello entonces vivirá endeudado toda su vida. El peón pagará un poco con su esfuerzo personal, también el de su mujer y sus hijos. Poco a poco el desdichado se hunde cada día más sin poder librarse de su deuda. Luchará toda su vida por aligerar su cadena pero ésta se vuelve cada día más pesada.
Esa era la característica de la mayoría de las haciendas de aquellos días. Era como una rueda de molino que trituraba lentamente, pacientemente, pero con seguridad, a los pobres campesinos que mojaban con su sudor la tierra que trabajaban, pero que no les pertenecía.
Todo su trabajo era para el patrón. Desde el momento en que podían sostenerse sobre sus débiles piernas, sus hijos ya estaban condenados a servir al terrateniente. En cuanto a las hijas no había distinción en las tareas agrícolas. Sólo las que tenían la tez más lozana, el cuerpo mejor formado y habían llamado la atención del mayoral, entraban como sirvientas al servicio de la casa.
Había otro sistema de trabajo elegido por el hacendado, consistente en dar en arriendo las peores tierras, según ellos a sus mejores servidores. Estos agricultores que dejaban de ser peones directos del latifundista eran los llamados yanacones. Recibían la tierra para trabajar por su cuenta, el pago del arriendo lo efectuaban con la cosecha. Estaban obligados a vender toda la producción a la misma hacienda y ésta ponía el precio y todas las condiciones. La cosecha nunca alcanzaba para pagar satisfactoriamente al gamonal, viviendo el campesino siempre endeudado y sin hallar la fórmula para librarse definitivamente de las artimañas del hacendado.
Los agricultores que fundaron Azpitia se debatieron, pues, en este ambiente feudal, donde el más fuerte aunque no tenga la razón termina por hacerse perdonar. De allí su espíritu disidente por conseguir un pedazo de tierra en propiedad sin tener que rendir cuentas al hacendado. Azpitia encarna aquel sueño quizás confuso, pero con muchos ideales, de esta gente impulsada a lograr la hazaña aún no realizada después de la Independencia Nacional.
Vemos en estos colonos todas sus virtudes de apego al campo y a los grandes horizontes, a la soledad virgen de la pampa agreste y sin labrar; su desprecio a la sutil esclavitud de las haciendas, su valor rudo que no se intimida ante nada, su gusto por la libertad de estos nuevos paisajes sólo cubiertos por los rayos del sol.
Estamos apenas en el umbral de la época en que los historiadores pueden empezar a formarse una crítica. Pero de este manojo de documentos palpitantes que no han sido todavía cubiertas por la ceniza de los siglos, se desprende una impresión que cada uno de nosotros puede interpretar a su manera.
Los fundadores de Azpitia se rebelaron contra el sistema imperante en los campos agrícolas y marcharon a esta comarca en busca de un destino mejor para los suyos. Para el hombre del campo, la tierra es como una madre pues no solo le da el sustento sino que de la tierra también se hizo al hombre. Desdichadamente no todos los iniciadores lograron ver el esplendor, su sueño cumplido, ni la belleza de la planicie produciendo, ni llegaron a probar la exquisitez de sus frutos; pero allí queda el canal de Azpitia como el testimonio de su lucha.
Además, considero que no es ninguna desgracia llegar a la muerte sin haber cumplido todos los sueños, pero sí es una verdadera tragedia vivir sin sueños por cumplirse.
Azpitia es una minúscula parcela dentro de nuestra patria, pero generalmente ocurre que en estos espacios pequeños y aparentemente humilde es donde se vive el verdadero sentido de nuestra peruanidad. De los confines remotos de cada villorrio, ranchería o aldea, nos llegará siempre el eterno mensaje de nuestros antepasados. Esta historia puede ser también la historia de cada uno de esos pueblecitos escondidos en algún recoveco del territorio peruano.
Sin embargo, dicha forma de vida de los desheredados en el campo duró por muchos años más, desapareciendo por completo junto con la extinción del latifundio en el Perú. Es decir, casi hasta un cuarto de centuria antes de terminar el siglo XX.
Muchos sostendrán que el minifundio hace mucho daño a la agricultura y que los hacendados hacían labrar mejor la tierra a costa del esfuerzo ajeno. Nosotros no discutimos cual es la mejor forma, sólo describimos los hechos con fines históricos y para demostrar a las nuevas generaciones el por qué de la irrigación de Azpitia.
Los que de alguna manera estamos ligados a esta aldea, abramos con tranquilidad estas páginas. Estamos en el inicio del siglo XX y la patria se encuentra aún herida por la hecatombe de la infausta Guerra del Pacífico, y, observemos imaginariamente la acción de los primeros patriarcas de Azpitia, que, a fin de cuentas, su historia también es la nuestra.

domingo, 7 de enero de 2007

San Vicente de Azpitia: Visión Panorámica


ASPECTO FÍSICO


La comarca de Azpitia está formada por una meseta de tierras agrícolas ubicada a 80 kilómetros al sur de la ciudad de Lima, en la parte noreste del distrito de Santa Cruz de Flores; a los 12º 36’ de latitud sur y a 76º 40’ longitud oeste, a un promedio de 125 metros sobre el nivel del mar, en la margen derecha del río Mala, casi en el mismo centro de la costa peruana.
Linda por el este con un barranco de 80 metros de altura sobre el mencionado río, por el oeste con la cadena de cerros que conforman las lomas de Calco, Condoray y Cerro Cruz; por el norte con la montaña El Higuerón y por el sur con las tierras de Flores.
Los cerros desde la cuesta de El Arenal, en Flores, hasta el límite con el distrito de Calango son llamados Lomas de Azpitia.
Clima : 18º promedio anual.
Extensión agrícola: 240 hectáreas.
Vialidad : Hay dos carreteras afirmadas: una de 5 Km que enlaza con la capital del distrito y otra que atraviesa las Lomas de Azpitia, por la cuesta de Calco, y se une con la autopista Panamericana Sur en el Km 75.
ASPECTO POLÍTICO

San Vicente de Azpitia, es anexo del distrito de Santa Cruz de Flores, provincia de Cañete, departamento de Lima, Perú.
Población : 520 habitantes. De acuerdo al censo local del 15 de mayo del 2005
Autoridades : Agente Municipal y cinco Concejales.
Teniente Gobernador y cinco Alguaciles Rurales.
Fecha de fundación: 11 de marzo de 1,901.

ASPECTO ECONÓMICO

La agricultura es el factor principal de la riqueza de esta pequeña comunidad, especialmente las frutas: peras, manzanas, melocotones, uvas, granadas, membrillos y pacaes. En menor escala camotes, yucas, maíz, algodón, etc.
Después del año 2,000 se ha incrementado el turismo de manera significativa.

OTROS ASPECTOS

Comidas típicas: Sopa Bruta, Carapulcra, Picante Azpitiano, Chacalla, Resiento, Humitas de Choclos, etc.
Bandera : verticalmente mitad verde y mitad blanca.
Himno : “El Perú es un bello país
Azpitia es mi hogar
que cante el pueblo
la vida es para amar”, etc.
Distinción : Premiado por el Gobierno Peruano con el Trofeo Lampa de Bronce, en 1984, por ser considerada la comunidad agrícola más laboriosa del Perú.
Apodo : Oficialmente fue reconocida por las autoridades competentes, como El Balcón del Cielo. El diario La República, de Lima, dedicó a Azpitia 9 páginas en su revista Andares Nº 44, calificándolo como La Flor del Sur.

San Vicente de Azpitia: Notas Preliminares


La primera vez que escribí la Historia de Azpitia, fue en 1,954, cuando era estudiante de la Escuela Elemental Nº 4518, y la preceptora de aquel entonces, Sra. Bertha Zapata de Feijoó, me asignó la tarea de investigar el pasado de nuestra comunidad.
De muy tierna edad escuché a mis mayores el fascinante acontecer de mi aldea. En los atardeceres silenciosos del campo oí a mis padres las interesantes aventuras que sus progenitores les narraron, los cuales también integraron el contingente que fundó este pequeño caserío.
Asimismo pregunté, escuché y anoté cada una de las versiones de los veteranos del pueblo. Los septuagenarios de la mitad del siglo XX, me dieron las pautas necesarias para esta investigación; además me agencié de documentos y diarios escritos por los fundadores, aparte de acudir a archivos de diferentes lugares, desde los existentes en Azpitia hasta los guardados celosamente en el Archivo General de la Nación, en Lima.
Doy fe del gran espíritu de unión, de solidaridad y armonía que siempre existió en Azpitia; desde niño he visto a los pobladores, tanto hombres y mujeres, como se han preocupado para construir sus pequeñas obras de bien común. Soy testigo de los grandes esfuerzos para edificar el templo, los caminos, las escuelas, los puentes, la municipalidad... etc.
La Historia de Azpitia es en realidad reciente, aún así para lograr este pequeño aporte cultural, he recurrido a fuentes fidedignas, recopilando documentos auténticos. Es decir, he tenido sumo cuidado en lograr una verdadera historia, sin preferencias de ninguna clase.
Pongo este modesto trabajo a criterio de los que de alguna manera se sienten identificados con esta comunidad, profesando el mayor respeto a otros posibles autores de estas mismas vivencias.
Como es natural, un trabajo sobre San Vicente de Azpitia, no ha de interesar a un foráneo, menos al que no conoce este terruño. Sin embargo soy un convencido de que el hombre que sabe su historia cae menos en los mismos errores de su pasado, por todo esto debo repetir con justa razón las palabras de Marco Tulio, escritas en el año 63, antes de Cristo: “La historia es la madre del saber, maestra de la vida, testigo de los tiempos, luz de la verdad, portavoz del pasado, depósito de las acciones, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia del porvenir... “
La Historia es además la vida de los pueblos y no podemos hacer trampas a la vida porque la vida es la verdad. Somos nosotros, todos, los que debemos de aprender a adaptarnos a seguir este proceso natural de los acontecimientos. Mejor dicho, la historia lo hacemos nosotros con nuestras propias acciones.
Que esta pequeña obra contribuya a conocernos más, porque así nos apreciaremos más y que la memoria de nuestros mayores que ya partieron al encuentro con el Señor, nos tengan siempre unidos y listos para ayudarnos mutuamente.

Juan Aburto Q.

martes, 2 de enero de 2007

San Vicente de Azpitia: Para tener en cuenta


La historia de Azpitia - Perú, está escrita en el libro El Balcón del Cielo, aparecido en el año 2000 con motivo del primer centenario de la fundación de San Vicente de Azpitia.
Además, he escrito otras obras, siendo las más notables "El Pan Amargo" y "El Rey que Viene".
El Pan Amargo es una novela de juventud, mientras que El Rey que Viene es un tratado acerca de la conducta humana. En el año 2004 publiqué una pequeña obra: "Tiempos: ¿Leyenda o Historia?", donde narro acontecimientos miscelaneos ocurridos en Azpitia y aledaños.
La historia de esta pequeña comunidad agrícola situada en la parte central de la costa del Perú, tiene cierta importancia porque se trata de la primera irrigación en su genero que se construyó durante la Época Republicana. Todas las irrigaciones de esta naturaleza existentes en el Perú hasta 1901, fueron construidas en la época de los incas.